Límite de Pista
La privacidad mental, el último territorio sin ley: Qué protecciones existen (y cuáles no) para los datos neuronales
Los avances en neurotecnología abrieron una frontera inédita: la posibilidad de registrar, analizar e incluso interpretar señales cerebrales. Mientras los dispositivos que leen actividad neuronal salen del laboratorio, la protección legal de esos datos avanza a un ritmo mucho más lento. El resultado es un vacío regulatorio con implicancias profundas para la intimidad humana.
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Del cerebro al dato
Interfaces cerebro–computadora, electroencefalogramas portátiles y sensores neuronales ya se utilizan en rehabilitación, investigación, videojuegos y bienestar. Estos sistemas capturan señales eléctricas del cerebro que, procesadas con algoritmos, pueden inferir estados de atención, fatiga, estrés o intención motora. En algunos casos, incluso permiten anticipar respuestas antes de que la persona sea consciente de ellas.
A diferencia de otros datos biométricos, la información neuronal no solo identifica, sino que puede revelar rasgos cognitivos y emocionales profundos. Por eso, especialistas advierten que estamos ante un nuevo tipo de dato sensible: los datos neuronales, que podrían convertirse en la materia prima de una economía aún incipiente.
Qué dicen hoy las leyes
En la mayoría de los países, los datos neuronales no están regulados de forma específica. Suelen quedar subsumidos dentro de categorías generales como “datos de salud” o “datos biométricos”. Regulaciones como el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) en Europa ofrecen un marco de consentimiento y minimización, pero no contemplan escenarios propios de la neurotecnología, como la inferencia de pensamientos o la manipulación cognitiva.
Chile dio un paso pionero al reformar su Constitución para reconocer los neuroderechos, incorporando la protección de la actividad cerebral y la identidad personal. Sin embargo, se trata de una excepción. En la mayoría de los sistemas legales, la mente sigue sin una protección explícita frente a usos comerciales, laborales o estatales.
Riesgos reales, debates urgentes
El uso de datos neuronales plantea riesgos concretos. En el ámbito laboral, podrían emplearse para monitorear atención o productividad. En seguros y salud, para estimar riesgos futuros. En consumo, para optimizar estímulos publicitarios. Todo esto sin que existan estándares claros de transparencia, límites de uso o derecho a la explicación.
Además, muchos dispositivos recopilan datos a través de empresas privadas que no están sujetas a controles independientes. Una filtración o reutilización indebida de información cerebral sería prácticamente irreversible: no se puede “cambiar” un patrón neuronal como una contraseña.
¿Hacia una nueva generación de derechos?
Organismos internacionales y académicos discuten la necesidad de reconocer la privacidad mental como un derecho fundamental, junto con la integridad psicológica y la libertad cognitiva. La pregunta ya no es si la tecnología lo permitirá, sino si las sociedades llegarán a tiempo para regularlo.
La neurotecnología promete beneficios médicos y científicos enormes. Pero sin reglas claras, el riesgo es que la última frontera de la intimidad humana quede expuesta. La privacidad mental, por ahora, sigue siendo el territorio más avanzado… y el menos protegido.
