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La Otra Mirada: Torino y aquella selección argentina

La Misión Argentina a Nürburgring, bajo la dirección de Fangio y Berta, marcó la historia del automovilismo y del Torino. Mirá el informe de La Otra Mirada:

La Otra Mirada: Torino y aquella selección argentina
La Otra Mirada: Torino y aquella selección argentina

Toda disciplina deportiva tiene su selección nacional. La representación que une a través de la camiseta, de los colores. El automovilismo suele carecer de esta condición. Sin embargo, la Argentina vivió un momento muy particular, con una delegación notable, con deportistas talentosos, responsables prestigiosos y automóviles que se transformaron en orgullo de la industria nacional: la Misión Argentina en Nürburgring.

 

 

 

Nada quedó librado al azar. Juan Manuel Fangio, el más grande, el quíntuple, dirigió el ambicioso proyecto. Se apoyó en la sabiduría de Oreste Berta para alcanzar la excelencia técnica y se animó a representar a la Argentina con los grandes ases del volante de fines de los años 60 en el campo de mayor dificultad: Nürburgring.

En el más complicado de los dibujos que entonces tenía el mundo de la velocidad  (22 kilómetros de extensión, con 182 curvas) era posible demostrar toda la bondad del producto nacional frente a los grandes exponentes del mundo automotor.

La Maratón de la Ruta en Alemania fue un desafío para los Torino argentinos. Pasaron a ser un sueño, se transformaron en pasión y con el tiempo perduraron en la cúspide del olimpo deportivo nacional.

Todo comenzó el 20 de agosto de 1969, cuando el reloj de Nürburgring comenzó a contar las 84 horas. La exigencia finalizaría después de cuatro días y cuatro noches, a la 1 de la tarde del sábado. Corrían los mejores coches Sport, Turismo y Gran Turismo que entonces ocupaban una posición destacada en el mundo.

La Misión Argentina incluyó a Carmelo Galbato, Luis Di Palma y “Cacho” Fangio para el auto número 1; Jorge Cupeiro, Gastón Perkins y Eduardo Rodríguez Canedo en el 2, y Alberto “Larry” Rodríguez Larreta, Oscar “Cacho” Franco y Eduardo Copello en el 3. Néstor García Veiga ofició como suplente.

Fangio se encargó de todo. Hasta de la disciplina. Encomendó al doctor Lino de las Heras una dieta para los pilotos. Aunque no permitía los desbarajustes nocturnos, les daba tiempo libre porque creía que el estado de ánimo de quien iba a manejar 84 horas era muy importante. Obviamente, enseñó a los pilotos los secretos del circuito, el mismo donde logró aquel triunfo apoteótico de 1957, y transmitió su sapiencia al volante.

La historia es conocida. Finalmente el auto número 3, conducido por Copello, Franco y Larry sorprendió a sus rivales al terminar primero en su categoría y cuarto en la clasificación general. Por número de vueltas, el Torino hubiese ganado la carrera por dos giros de ventaja al segundo, pero una penalización les sacó el triunfo absoluto. Ganó el Lancia 38 (Kalstrom-Barbasio-Fall) con 332 vueltas reales, seguido por el BMW 26 y el Triumph 4.

Más allá de las personalidades, el automóvil argentino se metía en el corazón de todos. El Torino 380W se alimentaba con carburadores Weber de 40mm, disponía de una velocidad máxima de 230 km/h, el motor que no se detenía nunca alternaba las 4200 y las 4300 r.p.m., lejos del límite de las 5000 vueltas. El consumo era de 35 litros de nafta de 100 octanos por hora.

La historia del Torino se remonta a comienzos de la década del 60, más específicamente en 1961, cuando Industrias Kaiser Argentina (I.K.A.) firmaba un acuerdo con la American Motors Corporation (A.M.C.) para fabricar localmente algunos de los modelos.

El Torino fue presentado el 30 de noviembre de 1966 y comenzó a comercializarse en 1967. Los tres modelos iniciales eran las cupés 380 y 380W, y el sedán 300. La Misión Argentina puso en boca de todos las bondades del vehículo fabricado en Santa Isabel, Córdoba, lugar del que salieron, hasta 1982, 87.000 unidades.

Aquel fue un tiempo distinto. Inusual. Tanto que las dos empresas argentinas fabricantes de los automóviles más tradicionales que tenía el país -Ford y Chevrolet- no dudaron en sumarse a las congratulaciones.

Ford Motor Argentina S.A. y todos sus concesionarios publicaban un aviso significativo. "¡Bravo Torino! ¿Se debe felicitar a un competidor? Sí. Cuando con su esfuerzo ha contribuido a proyectar una excelente imagen del potencial del país. ¡Bravo, Misión Argentina!" 

Tiempos en los que General Motors Argentina y sus concesionarios Chevrolet publicitaban: "Al gran equipo argentino... ¡gracias! Hace 15 años, pocos creían que se pudieran hacer coches en este país. Hace 15 días, pocos creían que estos coches pudieran puntear en la cuna del automovilismo. Hoy, Nurburgring nos prueba, una vez más, que en este país hay que creer. Por eso, gracias de veras a los Torinos, a Juan Manuel Fangio y a sus pilotos".

Aquella Misión Argentina se metió de lleno en el gusto popular. Fue recibida con honores.

La selección nacional del automovilismo no trajo la copa, pero hizo historia. Mantuvo a un país en vilo durante 84 horas llenas de adrenalina, pegado a la radio y frente a las crónicas que llegaban del otro lado del océano. La Misión del orgullo argentino. Permitió a Torino obtener las dos grandes virtudes que se pretende de un automóvil: que se admirado por la razón, y abrazado desde el corazón.

 

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